EL ASESINO DE DIOSES - 0
En la profundidad de un bosque, bajo un cielo gris cerca del atardecer. En los caminos entre las líneas de los árboles, una joven vestida con una capucha roja, y una gorda maleta en sus hombros, deambulaba bajo la protección de su escolta: una mujer de la raza de los elfos, vestida en una capa verde, con una coraza pectoral a prueba de balas y un parche en el ojo derecho.
—Creo que puedo moverme por mi cuenta desde aquí, Risha… —dijo la joven en voz áspera, al inclinar la cabeza por encima del hombro.
—Su padre me ha solicitado cuidar de usted en todo momento, princesa Liliana —respondió la mujer elfo, en faz gélida—, es cuestión de tiempo para que los Templarios vuelvan. Debemos volver cuanto antes a las caravanas.
—Para entonces, habré regresado de hacer mis necesidades, y estaremos de vuelta en la fortaleza, solo necesito un minuto asolas… —insistió la joven—, la caravana de mi padre no debe estar lejos; solo necesito un minuto.
—Bien… pero tenga cuidado… —concluyó Risha.
La frialdad de la escolta, produjo un gélido escalofrío en la columna vertebral de Liliana, por lo que no pudo aguantar otro segundo, y se alejó a paso veloz sin mirar atrás. No podía encarar la mirada gélida de Risha, quien la veía perderse entre las líneas de los árboles, ignorante de los pensamientos oscuros de la mujer elfo.
«Si la mato aquí y ahora… nadie sabría lo que pasó. Podría fingir que fue un Templario francotirador, o una bestia demoniaca», escrutó la mujer, con su mirada absorta en como Liliana se alejaba.
Risha observaba a los lados, y efectivamente estaban completamente solas. Con un único hechizo, podría sofocarla con sus enredaderas o envenenarla con sus hongos, y todo habría acabado, tanto para la princesa, y ella. La mujer elfo se llevaría el único consuelo, de que posiblemente salvaría miles de vidas, únicamente con extinguir a la hija de sus señores. Pero era demasiado cobarde como para atreverse, tal como sus camaradas, ninguno osaba lastimar a Liliana. Antes de que la mujer pudiese darse cuenta, la joven de la caperuza roja ya se había alejado de su vista.
En la soledad de los campos, Liliana vagaba aparentemente sin rumbo, hasta toparse con un roble en donde decidió botar su maleta, y entonces se sentó en el hiervo, bajo la copa del árbol. Tras soltar un suspiro, la joven sacó de la maleta un frasco y se dispuso a recolectar unas hierbas de los alrededores.
Mintió acerca de querer ir al baño, únicamente deseaba un momento asolas; lejos de la caravana en la que podía escuchar los susurros de los inhumanos que la seguían, según para proteger sus espaldas:“¿Es ella a la que llaman la monstruosidad?” “¡Si! Es la hija de la reina de corazones y el rey brujo. En ella alberga el estigma, es una maldita” ”¿Cómo dos seres tan magnánimos, pudieron concebir una aberración así? ¡Para rematar, su apariencia es similar al de un humano!” “¡Es mejor mantener la distancia! no querrás ser infectada por su maldición” “Pobre criatura… estaría mejor muerta… es la única piedad que se les puede conceder a los malditos, como ella”.
Las manos enguantadas de la joven temblaban, y acabó resbalándose el frasco con hierbas, que estaba recolectando. Una mezcla de rabia y frustración anidaba en su pecho, quemándola a fuego lento.
—Ojalá arranquen la lengua a cada uno de ustedes, cabrones… —espetó al contener un alarido, al posar sus manos sobre su angustiado corazón, como si quisiera contenerlo en sus entrañas.
De repente, una extraña sensación consumió su cuerpo, un escalofrío escalando por su columna vertebral y la hizo girarse al pasto alto, cerca de ella. Un miedo asaltó su espíritu al ser invadida por una fuerza invisible llamándola. Simplemente algo atrás de esos matorrales, la atraía de forma irresistible.
Algo en el interior de Liliana, gritaba que diera marcha atrás, y huyera de vuelta a la caravana en búsqueda de su padre. Sin embargo, ya se estaba abriéndose paso dentro de los altos planteos. Su cuerpo se movía solo, como si aquella atracción prometiera resolver todos sus problemas.
Al apartar el matorral con la mano, llegó en un paraje húmedo en el que se divisaba una negra ciénaga de juncos susurrantes, apenas iluminada por el orbe agonizante del día. Impulsada por una vaga curiosidad.
La joven siguió caminando hasta llegar a la orilla del pantano pestilente, en donde dicha fuerza se concentraba. Miró a sus alrededores, no descubriendo a otro ser vivo, pero algo andaba mal. No había sonido de naturaleza alguna, ni el cantar de las aves, tampoco el zumbar de los insectos, solo el sonido de las plantas al ser movidas por los vientos.
El corazón de la chica se agitó, al ser sus sentidos acribillados, por un fuerte hedor a podredumbre proveniente de las aguas turbias, impulsándola a mirar a ese lugar. Entonces notó unos bultos flotantes a lo lejos. Extrañada la joven agudizó la mirada, y la tenue luz del atardecer la hizo captar con horror, una mano cercenada, aun recubierta en un guantelete oxidado; por allá flotando en el agua, como si fuese una persona ahogándose.
Liliana ahogó un quejido, al descubrir múltiples cuerpos mutilados flotantes en el agua; piernas, torsos, cabezas con un yelmo. Muchos de los que creía pequeños islotes o rocas, en realidad eran restos despedazados de seres humanos, recubiertos en fango.
Con los ojos vidriosos abiertos al máximo, se tapó la boca con la mano, mientras sentía las náuseas subir por su garganta. No pudo aguantar, y acabó vaciando sus entrañas en el suelo. Con las manos sobre sus rodillas, entre tosidos, a continuación, escuchó el movimiento del agua lodosa por un objeto a punto de emerger de las profundidades, a pocos metros de la orilla.
En un vago intento por huir, la chica se dio la vuelta, pero el pánico la hizo toparse con una rama saliente, interrumpiendo su ritmo y acabó de cara contra el fango. En un jadeo agonizante por el dolor; Liliana se puso de pie, solo para encarar a la silueta oscura emerger del agua. Aquel ser Llevaba la coraza pectoral con la espada santa grabada en el pecho, y la joven comprendió que se trataba de un soldado Templario.
Entonces la mujer levantó el rostro, aspirando con fuerza el aire y sucedió lo imposible. Las extremidades se estiraron, en un traqueteo de huesos rompiéndose hasta proporciones inhumanas, con el rostro cubierto en largos cabellos negros, sucios por el lodo.
Liliana antes de que pudiera salir frenéticamente del pantano sin mirar atrás, se dio cuenta que la entidad, se detuvo a pocos metros de ella. De alguna forma, la joven no se sintió amenazado que aquella aberración, que aparentemente no pretendía lastimarla o evitar que se fuera. La entidad se había quedado inmóvil como una estatua, frente a la princesa desvalida, en un frio cruce de miradas que parecía eterno.
El miedo poco a poco se desvanecía en la joven, embelesada en un trance hipnótico. El bamboleo del corazón se relajó, al igual que todo impulso de escapar, ignorante de la cacofonía de alaridos descarriados, sumados a disparos de rifles y los rugidos embravecidos de bestias guturales.
En ese instante Liliana pudo comprenderlo, no con palabras, lo siente en las propias carnes. Esa entidad fue la que la estuvo llamando, carente de toda maldad, en silenciosas promesas de encajar, de ser libre de su prisión.
Un viento gélido acarició a la joven, levantándose los cortinajes de su capa, y baja de golpe la capucha, mostrando su rostro blanquecino de ojos verdes, y cabello dorado que llega hasta la nuca.
La criatura ofreció su enorme mano a la chica, invitándola a ir con ella y al estar por rosar sus dedos con los de la criatura. En el gesto perdido de la joven, sus ojos se tornaron completamente negros como el abismo mismo.
De repente una sombra surgió de espaldas de la joven, una entidad de larga capa negra que se mueve como alas de una criatura de la noche, apartó a la chica y de su mano surgió un rayo de luz dorada, atravesando de lado a lado el torso de la abominable criatura. Aquella monstruosidad cayó al suelo agonizante y los cabellos negros comenzaron a serpentear, cuales tentáculos, mostrando un rostro similar a un pescado humanizado de brillantes ojos amarillentos, rebosantes de odio radiante hacia el hombre de la capa negra.
—P-padre…
Liliana reconoció al hombre sombrío, antes de dejarse llevar por la inconciencia, y hubiese caído al suelo de no ser por el brazo hábil de su salvador, que la sostiene firmemente.
La criatura agonizante se retorcía en el suelo de dolor, y entre gemidos soltaba frases en una lengua oscura y muerta. Pero el brujo pudo comprender algunas de las palabras que decía la entidad, lo que llevó su alma a caer hasta sus pies.
—Nuestra madre exige lo que le han robado. La Diosa ya viene por ustedes.
En su ira, el hombre volvió a disparar un nuevo rayo de energía arcana, justo en la cabeza de la criatura, la cual vuela en pedazos extinguiéndose su vida.
—Liliana… —murmuró el nombre de su hija, al tenerla cargada entre sus brazos—, no dejaré que te lleven.
El hombre de la capa volvió a las caravanas en el que su hija viajaba, descubriendo que fueron atacados por bestias. Risha le informó que fue interceptada por varias criaturas, por lo que no pudo ir a ayudarla, y se disculpó con su señor.
El brujo al ver el incendio provocado por la incursión, fue a buscar a la princesa. En el campamento, el resto de soldados que escoltaban a la princesa, fueron encontrados todos muertos, a todos les habían arrancado la quijada con todo y lengua.
—¿Nos han encontrado, maestro Zagreo?
Preguntó Risha a su señor, quien se hallaba cargando su hija inconsciente, al estar frente al campamento incendiado, mientras los inhumanos cargaban cubetas llenas de agua para apagar el fuego creciente.
Las manos de Zagreo comenzaron a temblar descontroladamente, como si hubiese visto un fantasma, y el recordatorio que tarde o temprano pagaría por sus crímenes anidaba en mayor fuerza en su mente, pero los miedos que lo aquejaban no eran por el peligro que corre su vida. Teme que sus pecados alcancen a lo que da sentido a su vida, a su hija.
—Avisen a todos los tenientes que se preparen —ordenó Zagreo—, mantengan a la amante del rey escarlata encerrada; pongan mucha vigilancia y cualquier notificación de los infectados de la diosa, llamen a los demás tenientes o directamente a su majestad o a mí. Esto es prioridad máxima.
Al declarar ese último decreto, el brujo se dio la vuelta, llevándose consigo a su hija inconsciente, con varios sentimientos encontrados. Al pasar al lado de Risha, esta último lo detuvo con una última sentencia:
—Se nos ha informado que un ejército masivo, se prepara para marchar desde la capital, y van a contratar a un equipo de elite de guardianes. Nuestra rebelión a rendido frutos, nos están tomando como una amenaza.
—Entonces todos ellos conocerán el infierno —exclamó el brujo con frialdad, albergándose fuego en su mirada.