¿Es correcto temer a la muerte? - Capítulo 1 – Frialdad
Desperté a oscuras sin sentir mi cuerpo.
—¿Otra vez… tú…? ¿Por qué…? —habló con pausas una voz cansada e intimidante que resonó en mi cabeza.
Al escucharlo recuperé mi memoria, o mejor dicho la de mi alma.
Estaba en el recinto de dios, los fallecidos aparecían aquí para reencarnar.
No existía la posibilidad de desaparecer, si no se mantenían a raya colapsaría el universo; o esa explicación me vendió la otra vez.
Mi alma tenía forma de medusa brillante grisácea flotante semitransparente de cuatro tentáculos.
Me contó que cada una porta un color diferente que los representa, pudiendo leer desde su pasado hasta su futuro.
El paisaje se iluminó gracias a mi brillo; la nieve cubría tanto el prado en el que me encontraba como las montañas que la rodeaban. Cerca de mí, destacaba un roble de pocos metros en el centro.
El cielo era una cúpula conformada por placas metálicas del mismo color que la noche, a una altura de 400 metros como máximo; a simple vista no quedaban claros los límites.
Sin esfuerzo, el lugar transmitía soledad.
—Sé que tengo que reencarnar, pero… ¿No puedo hacerlo en otra raza con superpoderes o algo interesante? No me refiero a que tus gustos sean malos, pero… —fui interrumpido.
—Existe otro método…, que no soy muy partícipe…, sería como perder un hijo…
—¿De qué trata? —Con inseguridad imaginé lo peor.
Conocía que solo los seres racionales portaban alma. Pero me di cuenta de algo y me alegré.
—¿Por qué… tan contento?
—¡Ah! No. Si dejo de ser tu hijo perdería mi alma, ¿no? Entonces podría descansar para siempre.
—Directo, eh… Es imposible, para mí. —mencionó y murmuró—. Además, es duro perder a un hijo… sería como dejarlo en otro país…, y no verlo más…, tú que no has tenido… no entenderás el sentimiento de una madre —excusaba preocupado intentando que cambiase de parecer.
—Aunque más que una madre, como un padre supongo… —pensé en voz alta—. ¿Y de qué trata ese método? —insistí a mi superior.
—Serías transportado… a otro universo.
—¿Y en qué se diferenciaría?
—Para ti éste es normal…, pero en otros existen poderes o magia…, otros son 2D con o sin poderes…, otros con diferentes razas…, ……otro en el que todo se decide mediante juegos…, otro sin planetas y la vida son sonidos… Hay mucha variedad… —enumeró cansado.
—¿Uno de juegos? Es tentador, pero hay genios en ellos, no me saldría rentable.
—……Preguntaré al resto a ver cuáles disponen… —reveló con una larga pausa antes de hablar, como si algo le hubiera chirriado.
—¿Al resto? Pensé que eras el único e inigualable. Es como si estuviera buscando trabajo.
—Vuelvo en un momento…
—Tranquilo, aquí te espero.
Su voz dejó de resonar como si de una radiofrecuencia se tratara.
El sonido del paisaje se volvió intenso y solitario; tal cual: no había ningún alma.
Mi actual apariencia me permitía volar, era extraño pero sencillo.
Volé hasta el techo el cual no podía traspasar. Deducía que la cúpula era para que no nos fugáramos.
Una tenue luz se apreciaba por el bosque.
Retomé mi puesto, y no tardó en volver.
—Algunos no te aceptaron por tu color… Aquí tienes una lista… de los disponibles…
—¡Serán racistas! ¿¡Qué problema tienen!? —Levanté mis tentaculitos expresando mi frustración.
Un silencio se presentó por ambas partes.
—Era broma —aclaré.
Había algo raro, no volvió solo, apareció con una joven que aparentaba superar los dieciocho.
Su rostro era frío sin emociones, y oraba con sus manos.
Su pelo color nieve era corto y liso; su ojo izquierdo era negro y el derecho blanco; detrás en la parte izquierda tenía un ala negra con las plumas acabadas en azul celeste; usaba una túnica polar negra con capucha que transmitía calidez.
Quedé contemplando su mirada muerta.
—Disculpa jefe, ¿es otra diosa? ¿Es la única que me aceptó? Si es así encantado estaría de ir a su universo. Eso sonó romántico… —pregunté con intención de conversar.
La joven chica contestó:
—¡Oh…! ¿Conque… prefieres quedarte aún aquí…? Lo que ves delante de ti…
La voz que resonaba en mi cabeza continuó su frase:
—Y esta voz… somos la misma entidad —aclaró con una forzosa pero sincera sonrisa, como si no estuviera acostumbrada a articular su cara.
Sin mencionar sus pausas, su voz era normal pero carente de emociones.
—Lo siento por mostrarte algo desagradable…, necesitaré estar así… para llevarte con el resto… —mencionó con su voz real.
—Me gustas así, antes parecía un paranoico hablando solo.
Nevó, me dio la espalda y rezó.
—Acabemos con esto…
Sonaba triste; desde mi posición su pelo tapaba sus ojos, gotas se deslizaban por su mejilla, pero podía ser nieve cayendo por ella.
…¿De dónde sale la nieve?
Miré al cielo, pero no tenía lógica.
Por arte de magia, una escritura apareció flotando delante de mí; era una lista:
«Universo de peluches con poderes
Universo maid café
Universo sin sonido
Universo de baños termales
Universo vago
Universo de reyes demonios
Universo parques de atracciones
Universo de lo========»
—¿Solo éstas? No sé cuál elegir, los nombres no ayudan mucho; hace pensar que los dioses no se toman en serio su trabajo…
Uno estaba tan tachado que parecía hecho con rabia.
Ojeándolo una y otra vez, dejó de nevar y mi diosa me miró.
—¿Te has decidido…? No hay prisa, tienes una semana…
—¿Podría pasarme por ellos para conocerlos? Me ayudaría a decidirme.
—Sí, pero antes… —Se acercó, y colocó ambas manos a cada lado de mi alma con suavidad.
Como si de una pelota tratase, acercó su frente a la mía, y cerró los ojos.
Su ser me bañaba de cariño: era relajante, tanto que querría detener el tiempo.
Era tan cálido como si estuviera tocando mi alma, nunca mejor dicho.
Retirando sus manos, un dolor intenso en el pecho me dejó exhausto.
—¡Eh! ¿¿Dolor en el pecho?? —pensé en voz alta.
Como si hubiera cerrado los ojos, los abrí, sin percatarme miraba el suelo.
Veía unos brazos intentando no caer, o más bien noté que eran los míos evitando comerme el suelo.
—¿Tengo cuerpo…? —Levanté la cabeza con calma para mirar hacia mi diosa.
Estaba agitada y dirigió sus manos a mi cuello como si quisiera estrangularme, pero se detuvo.
—¿? —Quedé paralizado al presenciar su cambio de actitud.
Se calmó, y habló con normalidad como si nada hubiera sucedido.
—He convertido tu alma… en un cuerpo… lo necesitarás…
Me levanté y quité la nieve de mi ropa, de paso le eché un vistazo.
Vestía un atuendo similar al suyo, en mi muñeca derecha tenía un grillete amarillo celestial.
Medíamos semblante, pero era más pequeño.
—¿Qué es esto? —mencioné mostrando el grillete.
—Es como estar a mi cuidado… Sígueme… —Cansada apartó la mirada.
Caminando me fijé que andaba descalza, apenas oía sus pisadas.
Preocupado le iba a preguntar si tenía frío, pero antes miré mis pies… también estaba descalzo…
—……¿No sientes frío? —pregunté discreto para que se diera cuenta más que nada de mi situación.
—Lo siento igual que tú… pero estoy acostumbrada…
…¡Yo no lo estoy! ¡Tú eres dios! ¡Percátate por favor…!
Al menos la túnica era cálida, sobreviviría.
—Tranquilo… No puedes morir… —recordó casi con mala gana.
Era como si hubiéramos estado caminando juntos desde siempre.
Hasta terminar la caminata no volveríamos a mirarnos.
Al rato, nos adentramos en la montaña, cada vez se apreciaba mejor las placas que iniciaban desde el suelo hasta el techo.
Cerca del muro, un túnel de piedra sobresalía de la montaña; estaba tan cerca de las placas que debía ser la salida.
En su entrada había una puerta de cobertizo con un marco añejo, y unos candelabros encendidos.
A la derecha, dos antorchas de pie iluminaban un montón de tierra con piedrecitas sobre ella, era como la tumba de un animal.
—Antes de que entremos… —Cerró los ojos, plegó y apareció la lista que mostró con anterioridad, la achicó y la transfirió en un papel. Lo cogió en el aire y me lo entregó—. La necesitarás…
Me daba la sensación de que me abandonaría.