Kyknos: La princesa perdida - Piloto
Una habitación en invierno; pero que dejaba apreciar una cama acogedora en la que yacía una niña de cuatro años que se podría apreciar atreves de las ventanas
—Cariño… despiértate, que ya viene mamá.
Una voz dulce se dirigía al ángel que dormía entre las cobijas, así como también con movimientos leves, daba una pequeña sacudida.
La niña estiró su cuerpo por la cama inmensa que la rodeaba y después abrió los ojos suavemente, logrando apreciar el rosto de aquella mujer que siempre la levantaba todas las mañanas.
—Buenos días, mami Alejandra —contestó amablemente, sonriendo de lado a lado hacia aquel ser afeminado, que dejó extender sus inmensas alas blancas para abrazar a su niña.
—Mi Pao, te tenemos una sorpresa, el rey y la reina vendrán a comer antes de la cena, espero estés lista…
Se dirigió a su pequeña, dejándola sentada en la cama; pero antes de recibir una respuesta, la puerta de la habitación resonaba en señal de que alguien iba a entrar.
Una señora gordita, bien maquillada y con su cabello recogido en molote se acercó a la pequeña.
—Palito, ya levántate para que te arregles antes de que lleguen tus tíos y tus primos —le dijo la señora, besando su frente para después dirigirse a los armarios y sacar su vestido azul que usaría para ese día.
—Mami… ¿después de vestirme puedo jugar con Ale?
Aquella mujer puso la ropa en la cama, vio con cariño y dulzura a Pao y le ayudó con su ropa para que estuviera lista y arreglada.
—Claro que puedes ir a jugar con Ale al patio, pero recuerda, los amigos imaginarios…
—Son solo imaginarios, no debo aferrarme a ellos. —Pao terminó la oración de su madre.
Aquella mujer que la desperto solo ella podía verla, y por más que tratara de que los demás le creyeran, nunca lo conseguiría.
Al terminar de vestirse, salió corriendo a su inmenso patio y al llegar al centro del mismo, se cercioró de que nadie la observara.
Una vez que nadie estuviera a sus alrededores, colocó sus manos sobre su pecho y, dejando que la brisa de invierno soplara por todo su ser, cerró sus ojos delicadamente, y con un tono suave susurró al viento.
—No sabía cómo, pero siempre tenía el presentimiento de que yo iba a ser ese… uno entre un millón…
Al terminar aquella oración, todo el patio cambió por completo, pasó a ser un inmenso jardín lleno de flores. Debajo del árbol más grande se encontraba todo para la cena de navidad que tendría con los reyes y amigos.
—Yo sé que no son imaginarios, sé que son de un mundo alterno porque lo he visitado, incluso algunas personas de la calle los llegan a ver… pero… ¿Por qué mi familia no los ve? —preguntó mirando al cielo y mientras observó como las aves volaban, como si estuvieran nadando en el cielo azulado.
—Sé que es difícil, pero recuerda tener altas esperanzas, tú cumplirás la profecía, sé algo más grande… Ahora ven, tenemos que preparar todo para la cena con los reyes que te quieren conocer.
Apareciendo por detrás de su pequeña, le dio un alentador consuelo para después llevársela al gran árbol donde se daría la cena.
El elemento de la salvación de la Esperanza era un chico de unos quince años, con traje blanco, cabello carmín un tanto alborotado y unos ojos verdosos, los elementos de la salvación nunca tuvieron nombres; pero ella lo llamó Antony.
Antony se encontraba entre las ramas del inmenso árbol colocando las esferas mientras que una chica de unos dieciocho años posicionaba las series de luces, dejando relucir su cuerpo espectacular y su característico cabello rosáceo.
A diferencia de Antony, esta chica era el elemento del pecado de la Ira, como Pao la conoció de muy joven, decidió llamarla Florecita puesto que su encuentro fue un tanto extraño…
-FLASHBACK-
Tan solo con tres años, salía a jugar al jardín mágico que parecía en su inmenso patio. Entre brinco y brinco encontró un capullo de flor que aún no había querido demostrar su belleza.
Durante una semana la visitaba, la cuidaba y la regaba constantemente esperando con ansias el momento de que esta floreciera.
Un día, cuando la fue a ver, le contaba con alegría al capullo cómo era el mundo y sobre todo, cómo era el jardín de flores donde le tocó nacer; pero lo que cambió esta rutina fue el hecho de que al regar el capullo, dejo mostrar una clavel rosa que se iluminó de un color rojizo, y entre destellos se transformó en una niña de diez años.
—Tú eres Solecito… quien ha está regando de mí todo este tiempo… ¿verdad?
Pao saltó de la emoción y la abrazó con fuerza para después separarse y, con lágrimas en los ojos, sonreírle.
—Así es, y tú eres Florecita, bienvenida al jardín…
Perdida en los recuerdos, fue interrumpida al ver una luz del cielo, de la que bajaba un señor mayor de edad. El mundo alterno era muy diferente al mundo de Pao; pero incluso entre ambos mundos, solo muy pocos podían ver a los muertos y entre esos pocos, ella era la única de ahí que podía ver a su abuelo.
Eugenio era el nombre de su abuelo, que estaba sentado sobre una pequeña piedra azuleada, con su traje blanco y sosteniendo su bastón, a lo que Pao tomó un panqueque y, sin que nadie se diera cuenta, fue a dárselo por siempre estar cuidándola.
Cuando todo estaba listo, hubo tiempo para platicar y relajarse, ya que aún no era la cena; pero en eso, de un portal aparecieron los reyes.
—Buenas, mi querida gente de mi pueblo… Venimos muy temprano tal parece, pero es porque queríamos conocer cuanto antes al angelito que organizó todo esto….
El rey hacía acto de presencia, saliendo del portal mientras se dirigía con respeto y, sobre todo, muy amigable, como era costumbre.
Portando su característica corona con diamantes rojos, su gran saco anaranjado y reluciendo sus alas de Dragón. Aunque la mayoría de los Sygnómi eran similares a los humanos, el rey era el último del linaje de los dragones.
En cambio, la reina era la última pura sangre de los fénix. Como tal, la especie aún prevalecía; pero no todos eran pura sangre, por lo que eran más débiles. A diferencia de los dragones, los fénix siempre han resaltado por sus cuerpos perfectos, y la reina no era la excepción puesto que su figura era la más cautivadora.
La reina salía del portal con timidez; pero mostrando seguridad de ella misma, con un rostro amable y unos ojos cariñosos que, al cruzarse con la mirada de Pao, lloraron.
—Majestad, ¿Se encuentra bien?…
Antony se dirigía con preocupación mientras fue por unos pañuelos para después dárselos.
—Cariño mío… es ella…
La reina habló temblorosamente con su amado rey mientras lloraba por la felicidad de ver a la pequeña Pao; pero al mismo tiempo por los años que no pudo tenerla.
Todos estaban confundidos por las palabras de la reina y por la mirada del rey, y antes de que pudieran actuar o responder, Alejandra se puso frente a Pao.
—¡¡Es mi hija!! ¡Yo la he cuidado todos estos años! ¡¡No dejaré que la toquen!!…
Con voz rota, agonizante; pero sobre todo, amenazante, habló Alejandra firmemente, incluso al borde del llanto protegía bien a la única familia que tenía, no permitiría que le quitaran lo que más amaba, y aunque todos estuvieran confundidos, ella era la única que sabía con exactitud qué pasaba, así como sabía que era lo que tramaban los reyes.
—No es tu hija y lo sabes mejor que nadie…
El rey era amable y carismático, pero habló frío, necio, amenazante y sin piedad alguna. No venía a una simple cena de navidad, venía por algo más.
—Mami… ¿Qué está pasando?
La voz de la pequeña Pao se quebraba del miedo mientras que a simple vista, sus piernas temblaban; pero sus ojos amenazaban con estallar en un mar de lágrimas. Era víspera de navidad, y quería que todos se unieran sin importar sus diferencias, no que se pelearan.
Era tanto el miedo de la pequeña que, sin percatarse, producía una fuerte ventisca que generaba nubes grisáceas y amenazaban con una tormenta eléctrica.
—Tú eres una niña especial, dulce, amable, cariñosa y con un corazón bondadoso, no hay que temer. —La voz dulce de la reina era tan reconfortante que hizo que todos se calmaran, en especial Pao, que era la más alterada.
Así logró que el clima volviera a la normalidad.
—Majestades, será mejor sentarnos a discutir en la mesa mientras Pao va a la cocina por la exquisita comida que preparó para la ocasión… ¿De acuerdo? —Misteriosamente mientras sus ojos destellaban unas pizcas de miedo pero firmeza, se dirigía Antony ante los presentes, sin olvidar a los reyes.
Fuera o no un elemento de la salvación, quería asegurarse de que todo saliera en orden, y esperaba con ansias que tomaran su palabra ante la propuesta.
Los reyes se miraron y, después del cruce de miradas, asintieron para sentarse en los lugares que se les asignaron. Ambos estaban atentos a cada detalle; pero más a Pao, que portaba un buen control mágico pese a su corta edad.
Pao, con más calma, se dirigió a la cocina para checar la comida. Habían llegado temprano los invitados; aunque no fue mucho tiempo de charla, ya empezaba a dar la hora de la cena.
—Antes de cualquier rodeo, exijo saber qué está pasando; pero sobre todo… ¿Por qué Alejandra parece saber qué pasa? ¿Acaso ya no nos tienes confianza? ¡¿Qué ocultas?!
Molesta y dejando emanar un aura de ira mientras sus ojos se tornan rojos carmín, Florecita miraba a Alejandra y a los reyes. Los elementos del pecado siempre fueron odiados, nadie los quiere cerca; pero ella era la única persona que los entendía y era la única que no los juzgó por ser quienes eran, no se daría el lujo de perderla de la nada.
—Hace muchos años, el rey Dragón, Drago… y la reina Fénix, Flama… tuvieron un bebé, este pequeño angelito traería la paz a nuestro mundo; pero sin una buena guía, podría desatar la guerrera…
Alejandra bajaba la mirada mientras contaba tranquilamente; pero con sus ojos al borde del llanto.
—¿La profecía? Eso aún no sucede. ¿Por qué hablas como si ya hubiera pasado? —preguntaba Antony, confuso.
Si eso significaba algo y tenía que ver con Pao, no querría saber cómo terminaría.
—Aquel bebé que nació del Fénix y el Dragón se transformó en el primer pura sangre del linaje del Cisne… pero antes de que el pueblo y todos los reinos vecinos se enteraran, hubo un accidente que cambió todo…
Alejandra siguió hablando sobre aquella historia sin importarle las preguntas de Antony; pero unas lágrimas se deslizaban por sus mejillas pálidas.
—Pao es nuestra hija, tuvimos que mandarla a renacer a este mundo por el riesgo de su poder… —habló el rey firmemente; pero el tono de tristeza era muy notorio.
Nadie sabe con exactitud qué pasó, pero ni los reyes podrían explicar tal dolor que tuvieron que soportar por tener que perder a su hija de esa manera.
—Venimos a llevarnos a nuestra hija, tiene que volver a casa… no les negaremos la visita a ustedes, pero es momento de que sepa la verdad…
Con melancolía, la reina aclaró amablemente, aunque estaba sufriendo por dentro por tener que recordar aquel día donde su hija tuvo que irse.
—¡¿Llevársela?! Ustedes no saben nada de ella, la han abandonado… ¡¡¿Sufriendo por su pérdida?!! ¡Ustedes no saben cuánto mi Solecito ha tenido que aguantar para seguir sonriendo!
Explotando de furia, Florecita empezaba a extender una sombra negra por el lugar.
—Cálmate, así no resolveremos nada —intervino Antony para evitar un escándalo y que Pao los escuchara y se enterara de la situación.
Sosteniendo el hombro de Florecita, tratando de transmitir una calma en su ser, se relajó, calmó su furia así como su poder, logrando que todo volviera a la normalidad.
—Supongamos que le dicen quién es ella en realidad. ¿Estarán dispuestos a escuchar la respuesta? ¿Están preparados para una respuesta negativa?
Antony mostraba su confianza y también su esperanza de que Pao jamás los cambiara por cualquiera.
Un silencio invadía el lugar, nadie sabía qué decir o qué responder; pero una cosa era segura, todos tenían en común… el deseo egoísta de quedarse con Pao.
—Y-yo… ya sabía quién era Pao: cuando mi alma se ligó a la de ella, los reyes me encargaron cuidarla y guiarla; pero en esta tarea, me encariñé… estoy dispuesta a aceptar las consecuencias de mis acciones… —habló Alejandra, dejando salir su llanto.
El silencio incómodo se había roto en la tensa atmósfera.
—Hagamos lo siguiente. Cenaremos tranquilos, conviviremos un rato, y al final de esta velada, hablaremos con Pao delante de todos para que tanto ustedes cómo nosotros seamos testigos de su decisión.
Volviendo a su habitual carácter carismático, el rey se dirigió a sus súbditos para calmarlos a todos y así llegar a un acuerdo donde ambas partes consiguieran recompensa.
Drago podría ser testarudo y orgulloso puesto que es un Dragón; pero daba todo para ambas partes ganaran. Cuidaba a su gente y ayudaba a los que más necesitaron de él.
Los presentes fueron chocando miradas para después apuntar sus ojos en el rey y mover la cabeza de arriba a abajo en señal de aceptación a tal propuesta.
Una vez todo aclarado, el rey observaba al ser divino que nadie notó; pero en un abrir y cerrar de ojos, este desapareció de la roca donde reposaba. Con cautela lo buscó con la mirada sin tener éxito. Dejando salir un suspiro, dos preguntas invadían su mente: ¿dónde había ido? Y… ¿quién era él?
Aunque toda la discusión tuviera un resultado alentador, Pao había escuchado todo desde la cocina. ¿Será cierto que los niños lo saben todo? Pues así es, puesto que su curiosidad era tan grande y no sería la excepción.
Suspirando muy pesado, se separó de la pared y checó la comida. Todo estaba en orden, desde la entrada hasta platillo fuerte, ya solo faltaba decorar el postre que culminaría la cena.
Sin demora, empató la comida, colocando cada porción en un carrito de cocina donde llevaría todo a la mesa; pero antes de abrir la puerta, una figura mayor de edad le negaba el paso.
—Abuelito, ¿qué ocurre?..
Sorprendida por su aparición y confundida, creó múltiples respuestas en su cabeza dependiendo de lo que le dijera su abuelo.
—Puede… Que hoy sea la última vez que nos veas… Solo recuerda divertirte…
Levantó su vieja mano para acariciar el cabello de su nieta mientras depositaba un beso lleno de ternura sobre su frente y después irse a su lugar de costumbre.
Pao estaba fuera de onda, no supo a qué se refería su abuelo; pero si eran verdad sus palabras, llegaron como flechas a su sensible corazón, haciendo que se desbordara en llanto.
—Yo sé que nunca te equivocas… si está es la última vez, la disfrutaré al máximo…
Sostuvo su pecho, miró al frente y secó sus lágrimas. Podría ser muy sensible; pero sabía que, pese a las circunstancias, tendría que levantarse y seguir adelante.
Tomó el carrito y salió al inmenso patio a llevar la comida. Como cualquier anfitriona, primero sirvió a los reyes, luego a los demás y se sentó para degustar la comida junto a todos.
Nerviosa por el sabor de la comida y con ansias crecientes de saber qué opinarían los demás de su comida. Suspiró, logrando calmarse y, sin demorar, se dispuso a comer.
Todos comían tranquilos, sacaban temas bromistas y alegres; pero aunque disimulara bien, Pao podía sentir una tensión creciente en la atmósfera, también sentía las miradas de los reyes sobre ella.
No soportaba el entorno, a lo que comió rápido y se llevó el carrito para traer el siguiente platillo. Por alguna razón, su mente quería que acabar con la situación; pero su corazón quería que por más tensa que estuviera, debería seguir fluyendo la velada porque no quería afrontar la realidad.
—Esta comida es muy buena —hablaba la Reina mientras sus mejillas dejaban notar un leve rubor que creía aunque sus ojos amenazaban con estallar en lágrimas.
Flama jamás se dejó ver llorar; pero estas eran las primeras veces que su corazón le ganaba a su voluntad. Como madre, le era difícil aceptar la pérdida de su pequeña y también el hecho de no poder ser ella quien la guiara y aconsejara por años.
–FLASHBACK–
En una cabaña de roble que era vigilada por guardias, reposaba sobre una cama el cuerpo de la reina.
El accidente marcó el trágico destino que la llevó hacia ese estado de depresión. Recostando su rostro sobre la almohada, se dejaba hundir en un inmenso mar de lágrimas.
—Fue mi culpa… no te di tu biberón y por eso lloraste… pero mi mayor error… ¡Fue no luchar por ti! ¡¡Fue dejar que te llevaran!! —gritaba con agonía mientras su voz se cortaba.
Era doloroso recordar el fatídico día donde perdió lo que más amaba, dejando que su familia se hiciera pedazos.
Una mano tocó el hombro de la reina, sacándola de la laguna de recuerdos, aquella mano cálida y áspera era de su amado esposo, que trataba de mantenerla calmada y darle confianza de que al final, el resultado fuera el esperado.
—Me gustaría saber quién ha preparado esta espléndida comida —preguntó el rey calmadamente.
Tenía que aliviar la tensión d para así evitar que la pequeña se diera cuenta y no afectara su decisión final.
Pao regresó con el resto de los platillos, solo faltaba el postre que se asomó desde las ventanas de la cocina. Al escuchar las palabras del rey y terminar de servir los platillos, Paola se sentó con educación y habló temerosamente:
—Mi familia le pone mucha atención a mi hermana; pero a mí no, así que con ayuda de mi mami Ale, aprendí a cocinar…
Ambos reyes se vieron para después voltear hacia los demás, ellos agachaban sus miradas.
¿Acaso era esto a lo que se referían con: no saben lo que ha pasado?
La angustia y la intriga invadían al rey, no creía que su hija cayera en esa familia sabiendo que el buscador no fallaría al encontrar una familia adecuada, su mente pensaba: ¿cometí un error? Si los errores son naturales, ¿por qué mi hija tuvo que sufrir esto?”
—Ya veo, así que te has vuelto independiente —comentó Drago, tranquilo y se levantó para ir hasta la niña indefensa y ponerse de rodillas ante ella—. Antes de deleitar tu gran postre, ¿me permitirías bailar una pieza contigo?
Todos estaban sorprendidos y más Pao, que al recibir esta propuesta, sus mejillas asomaron un color rosa junto a un cosquilleo.
Sin poder aguantar más, soltó una leve carcajada acompañada de una sonrisa mientras que aceptaba la mano del rey para bailar en aquella esplendida velada.
—Ánapse me éntasi kai áse me na do to fos sou —dijo el rey con voz suave, y de la nada, aparecieron luciérnagas que iluminaron el patio, la noche ya había caído.
Entre tanto silencio, sonó un chasquido que dio comienzo a la música. El rey cargó a Pao, la puso sobre sus pies y así empezaron a bailar. Ver tanto al rey como a la niña, hizo que todos alrededor se dejaran llevar por aquella escena llena de ternura.
Cuando menos sintieron, el rey cargó a Pao y dieron vueltas, la reina lloró de felicidad y de verlos reír a los dos juntos. Se levantó y los fue a alcanzar. De un momento a otro, todos bailaban y jugaron con la pequeña.
Al terminar la música, todos volvieron a sus asientos en espera del postre. El ambiente ya estaba más tranquilo.
Pao llegó con el pastel, y con el movimiento de sus manos, los platos flotaron y los cubiertos se levantaron, haciendo una danza en los aires. Como iban pasando, estos mismos servían aquel pastel blanco decorado con flores moradas de chantillí.
Todos aplaudieron y degustaron aquel postre, no era muy dulce ni mucho menos empalagoso, simplemente estaba en el punto perfecto.
—Bueno, esta fue una espléndida cena. Es momento de irnos; pero antes, me gustaría contarte algo.
Pao se acercó con un poco de miedo a los reyes, posiblemente sabía de qué se trataba y por más que quisiera evitarla, tendría que aceptar las consecuencias de sus decisiones.
—Hace muchos años, cuando mi hija era una bebé, no podía controlar su poder y nosotros no podíamos generar algo para controlarla —habló el rey y todos prestaron atención, Pao en especial, por el miedo a la decisión que tomara—. Fue entonces cuando tomé la decisión más difícil de mi vida.
—¿Cuál decisión? —preguntó Pao tímidamente, viendo a los ojos del rey que parecían que estaban a punto de estallar en lágrimas contenidas.
—Dejar a mi hija en manos de otra familia…
El rey bajó la mirada y se apretó las manos, tratando de mantener la calma.
—Le pedí a un espíritu antiguo que me abriera paso a la familia indicada para cuidarla, pero nunca me imaginé que terminara con una que no le presta atención.
La atmosfera estaba tensa otra vez y aunque trataran de proteger a la niña, todos sabían que ni estando juntos podrían vencer al rey.
—Esa niña… eres tú… Y hoy hemos venido por ti, para que regreses a casa…
El rey no terminó de hablar, él mismo se interrumpió al notar que la pequeña niña lloraba. Todos callaron y lo único que se escuchaba era el llanto.
—No quiero… ¡¡Me abandonaron!! Si no me iban a querer. ¡¡¡No me hubieran tenido!!! —gritaba desesperadamente mientras caía al piso.
Alrededor se formaba una especie de torbellino por las fuertes corrientes de aire.
—Yo ya tengo familia, y esa familia… ¡no son ustedes! ¡¡¡¡Los odio!!!…
Entre el torbellino, unos pequeños rayos eléctricos relucieron y el cabello de Pao se movía con el viento mientras que sus ojos se tornaban azul claro y su piel pasaba de morenita a anaranjada.
Tan solo para ser una niña, sus palabras eran como dagas clavadas en el corazón de los reyes. Pero mucho más en el rey Drago, sabía que su hija lo rechazaría por ser un mal padre y para ser aceptado tendría que volver cuando la pequeña fuera mayor…
Como siempre, tenía un plan alternativo; pero no sabría cómo le afectaría y aun así, no le importaban las consecuencias.
—Es hora de dormir… volveré por ti, te guste o no…
Dicho esto por el rey, todos se abalanzaron intentado proteger a Pao; pero el rey se movió más rápido que ellos y con poner su mano en la cabeza de Pao, cayó dormida.
A los pocos segundos se levantó de golpe y se dio cuenta de que estaba en el patio de su casa, recostada sobre una de las ramas del árbol de Mezquite que yacía en medio de su casa.
—Paolita, ya es hora de cenar, ya llegaron tus tíos y primos.
Su mamá la llamaba desde abajo del árbol para que fuera con ella y la familia. Bajó tranquila y fue a convivir con todos para la cena de navidad. Después fueron a casa de sus abuelos a convivir con ellos, y cuando regresaron, durmieron.
Ya estando en su cama, reposando y con las luces apagadas, abrazó fuertemente a su oso, cerrando sus ojos.
—Siento… que olvidé algo importante…
De sus ojos brotaban lágrimas mientras se quedaba dormida.
Afuera en el patio, Antony, Florecita y Alejandra se levantaron ya que el rey los había dejado inconscientes. En un intento de ir a ver a Pao, una luz proveniente del cielo los detuvo.
—No importa qué hagan, el rey le quitó la vista y oídos, así nosotros —habló el viejo en la roca, apareciendo a través de la luz.
—¡Imposible! Debe existir una manera par… —habló Florecita desesperadamente, intentando no ser consumida por sus lágrimas; pero antes de terminar, fue interrumpida por Eugenio:
—Como dije, no hay nada que hacer…
Esa noche, ninguno de los tres durmió. Se quedaron ahogándose en un inmenso mar de lágrimas, gritos y tratando de no dejarse consumir por el deseo de venganza.
Para ellos tres, esa fue la última navidad en familia…