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Limbúrul, la travesía de Nakamura Yuudai - Capítulo 2

  1. Inicio
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  3. Capítulo 2
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“Sin señal”

Buscando entre sus aplicaciones, leyó los mensajes de texto que tenía. Sus ojos temblorosos veían con impotencia:

“Error. Por favor busque una red a internet y vuelva a intentarlo”

Apretó su celular y pensó:

«Solo tengo treinta por ciento de batería».

Agachó su cabeza y apretó sus dientes. Se encorvó recostando su frente contra el barandal de mármol que había en su balcón.

Seguía en la orilla e Ird lo miraba en silencio. No fue hasta que comenzó a sentir el calor fuerte en su cuerpo, y se tomó del cuello de su camisa.

—Qué calor hace aquí. —Sopló su cuerpo con la misma tela.

—Nakamura-san, por favor le ruego que regrese a la cama —dijo Ird—. Ahora mismo su cuerpo está sufriendo un cambio abrupto en la temperatura y su fiebre aumentará considerablemente. Lo mejor será que descanse y resista lo que viene.

Yuudai notó hasta ese momento que su cuerpo nunca debió de haber salido de la cama.

Estaba débil, irritado, sudando y su ropa era diferente. Mientras estuvo inconsciente, las sirvientas habían actualizado su ropa a algo mucho más ligero.

Su respiración comenzó a salir por su boca, mientras sentía que su estómago vomitaría en cualquier instante.

«Me siento realmente mal. Quiero… descansar».

Se giró hasta Ird, y el duque caminó al japonés tomándolo como un permiso. Se inclinó frente a él un momento, y después dijo:

—Permítame llevarlo hasta su cama.

Debido al malestar, aceptó su ayuda y se recargó en él mientras volvían al interior de la habitación.

Una vez se recostó, su rostro se enrojeció. Ird tomó la toalla que antes tenía y la mojó. Exprimió su exceso de agua y la puso en la frente de Yuudai.

—Necesita relajarse. No le haremos daño aquí y responderé a todas sus preguntas cuando lo desee; pero por favor, quédese en su cama.

Yuudai contempló el techo con debilidad, mientras pensaba:

«Tengo que salir de aquí… En alguna parte debe haber una salida, pero… mi cuerpo».

Entonces frunció el ceño y miró a Ird.

—Niño… N-no pienso quedarme con… ustedes. No voy a ayudarlos ni me enviarán a una guerra. Váyanse todos… a la mierda.

El duque tomó asiento en una silla de madera al borde de su cama y respondió:

—Lamento oír eso. También lamento el cambio de vida tan brusco.

Yuudai apretó su expresión y se intentó levantar, usando sus codos.

—No… Tú no lamentas nada.

—Nakamura-san, por favor recuéstese.

El sudor recorrió cada parte de su rostro mientras la toalla húmeda volvía a caer de su frente.

—No lo estás entendiendo…

Sujetó las prendas de oro de Ird y las estrujó. El duque se mantuvo en silencio sin poner defensa.

—¡Tengo que volver con mis padres! ¡Tengo que regresar con mis amigos, mi universidad! Tú… simplemente no lo entiendes. —Su tono se volvió más agresivo—. ¡Tengo una vida allá, maldito niño! ¡Necesito regresar a mi casa ahora mismo! ¡Mis padres me están esperando justo ahora! ¡¡Dejen de joderme y regrésenme a mi hogar!!

Ird relajó su expresión y lo miró con nobleza.

—Lo lamento, pero ya lo he dicho antes, Nakamura-san. Una vez que el invocado llega, ya no existe una forma de romper vínculos con él, que no sea su muerte.

Yuudai intentó protestar, pero su cabeza dio un punzón, combinado con un mareo intenso.

Al mirar que no pudo ejercer fuerza, se dejó caer contra la cama cerrando sus ojos; estaba más agitado que antes.

Ird tomó la toalla húmeda y la colocó sobre su frente.

—Ya no vuelva a forzar su cuerpo. Es necesario el descanso.

En ese punto, una sirvienta tocó la puerta captando la atención de ambos.

—Adelante —dijo Ird.

La sirvienta ingresó en la habitación, caminó hasta el costado de Ird con una charola de plata y el duque se levantó.

—Esta es medicina que lo ayudará a controlar su fiebre.

Yuudai miró en su dirección con cansancio, solo para notar que dicha sirvienta se trataba de una muy joven.

«Esa chica… no luce muy lejos de mi edad y ¿ya es una sirvienta? Además, esos ojos… Son los mismos que… aquella mujer».

La chica miró disimuladamente a Yuudai. Se veía seria y con una expresión fría, como si no le importara ser descubierta observándolo. Eso molestó a Yuudai.

—¿Qué? ¿Tengo algo en la cara?

—¿Uh? —musitó Ird.

El duque llevó su mirada a la chica, quien no apartó ni doblegó su expresión. Fue entonces que Ird interrumpió.

—***** *****

La chica inclinó su cabeza y apartó la mirada. Yuudai quedó desconcertado ya que no había entendido nada.

—Nakamura-san, por favor tome esto. —Extendió un vaso con agua, donde había revuelto un polvo blanco—. Le ayudará a conservar su estómago en su lugar, aunque quizá deba vomitar una o dos veces.

Yuudai apartó la mirada con estrés.

—Aleja eso de mí. No pienso beber nada de lo que me den.

—Los síntomas se mantendrán fuertes si no lo hace.

«¿Qué le pasa a este niño? ¿Quién comería algo de un desconocido? Aléjate de mí, enano asqueroso».

Al ver la mirada intensa sobre sus ojos, Ird entendió que no se doblegaría. Suspiró y volvió a sentarse colocando el vaso de cristal sobre un escritorio junto a él.

Se mantuvo en silencio y despidió a la sirvienta para que pudiera marcharse.

Yuudai no dejaba de quejarse del dolor de cabeza, mareos y sudoración. En un punto no soportó seguir vestido y descubrió su cuerpo únicamente quedando con un short.

Al ver su calor, Ird dobló su brazo derecho contra su tórax, y del interior de su manga de campana, sacó una varita.

Su cuerpo era de hierro negro. Medía treinta y dos centímetros, y después del mango, su diseño creaba pequeños tubos que adornaban la parte frontal.

Lo que más destacaba en ella, era el cristal vertical dentro del adorno de tubos negros; un cristal con luz dorada, que resplandecía tanto en su propia esencia, que aparentaba solo ser luz controlada sin cuerpo físico.

La parte inferior del mango tenía una pequeña joya celeste adornada por plumas plateadas.

Apuntó contra Yuudai, y de ella comenzó a salir viento que dejó escapar un largo suspiro de placer.

—Qué delicia —confesó el japonés abriendo sus ojos.

Al notar que provenía de Ird, el duque le sonrió con mucha amabilidad y dijo:

—Me alegra que lo disfrutes.

El japonés quedó en shock por un momento. Frente a él alguien estaba usando magia real.

Sus pupilas temblaron. Hubiera retrocedido si no estuviera empeorando su condición muscular.

«¿Dónde… diablos estoy?».

Las horas pasaron, mientras Ird atendía su cuerpo y cambiaba su toalla cuando era necesario. La temperatura de Yuudai subió constantemente hasta dejarlo en un estado de fiebre pasajera.

Gracias a la magia de Ird, podía evitar su problema con el sudor y el calor; pero su estómago lo levantó de su cama.

Se cubrió su boca y expresó con esfuerzo:

—¡Quiero vomitar!

Ird ya tenía listo un balde de aluminio y lo puso en el borde de la cama, donde Yuudai se inclinó y vomitó en él.

Cuando dejó de hacer ruidos, pero aún manteniendo la cabeza contra el balde; Ird habló:

—Si toma el medicamento esto disminuirá. Creo que ya he demostrado que no quiero hacerle daño.

Juntó sus rodillas, y descansó sus dos palmas contra sus muslos con la espalda recta.

—Si quisiera lastimarlo, lo haría ahora mismo que está indefenso. ¿Piensa que el medicamento es veneno? Nakamura-san, no necesitamos veneno para hacerle algo así. Se encuentra en el castillo del gobernante de estas tierras. No necesitaría una excusa para aparentar que una muerte fue un accidente.

Con su respiración agitada, sudor goteando de su rostro, separó la cabeza del balde y meditó en sus palabras.

«Es un buen argumento. No parece alguien hostil como persona, y además… mi estómago se agita con cualquier movimiento».

—Oye… enano de setenta años.

—¿Sí?, joven héroe de Limbúrul.

—¿Qué diablos piensan que yo tengo?

—¿Podría especificar su pregunta, Nakamura-san?

Frunció su ceño, levantó su torso dejando el balde en el suelo y lo miró a los ojos.

—¡¿Qué maldita pregunta tengo que especificar?! ¡La maldita pregunta que llevo haciéndome desde que me secuestraron en este maldito lugar! ¡¿Por qué me han traído a mí?! ¡Solo soy un universitario ordinario que pasa sus días en casa destruyendo mi maldita cabeza para aprobar todos mis putos exámenes! ¡¿Por qué se creen con el derecho de hacerme esto?!

En ese momento comenzó a toser, y regresó al balde donde tuvo que vomitar por nueva ocasión.

«Maldita sea. Mi cabeza da vueltas».

Ird esperó hasta que él parara y entonces respondió con calma:

—Nakamura-san… no hay nada en particular que lo haya traído aquí. Si se refiere a un don especial; a ser más especial que todos en su mundo, o algo como ser un elegido de una leyenda; la realidad es que no hay algo como eso.

Agachó su mirada a sus piernas y prosiguió:

—Como ya mencioné antes, no sabemos el secreto de por qué el héroe de Limbúrul es escogido para serlo. No descarto la posibilidad de que exista algo que lo traiga aquí, pero no sabemos qué es eso. Aunque, de cierta forma sí serías una especie de elegido. Quiero decir, eres el que fue elegido para venir aquí. —Sonrió con modestia, pero sin exagerar su expresión.

Yuudai escupió por última vez en el balde, y se levantó pasando su brazo por su boca.

—No me importa.

—¿Disculpe?

—No me importa nada de lo que ustedes piensen qué es o no es. Yo… Tengo que regresar a mi hogar con mis padres. No entienden nada de lo que está pasando en mi vida allá. Me niego a pertenecer a algo que no es de mi incumbencia.

Ird no respondió. Llevó sus manos y tomó del vaso con la medicina para dárselo.

—Por el momento, concéntrese en recuperar su salud.

Yuudai se enojó, pero su rostro enrojecido y sus mareos no lo dejaban soportar una discusión por mucho tiempo.

Agachó su mirada con su orgullo humillado, y terminó tomando la medicina por las malas. A esto, Ird dijo:

—En verdad, muchas gracias por aceptarla.

Nuevamente regresó a la cama, y dejó de pensar en buscar el motivo. No tardó mucho hasta que se durmió.

◇◆◇

«Fue hace… ¿dos años?».

—¡Los sustentaré! ¡Solo sean pacientes, les prometo que al ingresar a la universidad ganaré dinero para sustentarlos!

De rodillas al suelo, un Yuudai de dieciséis años estaba frente a sus padres.

—¡Claro que sí! Después de todo, ¡es mi hijo de quien hablamos! —respondió su madre.

Yuudai pasó del tono amigable y risueño de su madre, y respondió con seriedad:

—¡Lo digo en serio! Yo…

Apretó sus puños con fuerza y ejerció presión contra el suelo.

—Pienso esforzarme y pagar todo lo que han hecho por mí. Aún viviendo de esta forma, pienso conseguir dinero.

Su madre a diferencia de cualquier mujer japonesa, era más alta del promedio. Medía 1.78 metros. Si algo destacaba en ella, era su sonrisa; un rostro que parecía no conocer la tristeza; el optimismo era uno de sus dones.

Su cabello al igual que Yuudai, era negro y lacio. Llegaba hasta su cuello, pero tenía un estilo alocado y hacia adelante que abrazaba sus mejillas. Cualquiera diría que no se peinaba.

Su color de ojos antes fue azul zafiro, y su expresión era noble y bondadosa. Yuudai había heredado su iris; sin embargo, ella ahora tenía una mirada gris y pérdida.

Había quedado ciega gracias a un problema ocular, que por suerte para su hijo, no lo heredó.

Al escuchar las palabras de su hijo, ella se acercó y se puso de cuclillas frente a él con su brazo izquierdo recargado en sus rodillas. El derecho lo utilizó como soporte de su mejilla.

—Lo sé. Tu padre y yo confiamos en que lo harás. Por eso nos estamos esforzando en pagar tus estudios. ¿Verdad, querido?

Desviando su rostro sobre su hombro, le dio la palabra a un hombre recostado en una cama. Junto a ella había un monitor de signos vitales que emitía un sonido intercalado.

Al escuchar su llamado, el padre de Yuudai retiró su respirador y respondió:

—Sí. Eres el único hijo que tenemos, y por ello toda nuestra confianza está en ti. Como padre, cualquier decisión que tú tomes, deseo que sea lo correcto. Tal vez pueda dolerte lo que te diré, pero es la realidad hijo, así que escucha bien.

»Mi legado y anhelo es que te conviertas en alguien exitoso en cualquier campo donde quieras especializarte. Yo… Pronto podría morir y es algo inevitable, todos mueren en algún momento.

—Padre, no digas eso. ¡El doctor solo dijo eso como una posibilidad que puede suceder!

—Sí. Pero la realidad es que no tenemos el dinero para pagar algo tan caro. La esclerosis requiere toda una vida de medicamentos. Ya he hablado esto con tu madre, y lo mejor es que se preparen para lo peor.

Se forzó a levantar su torso, y su esposa lo ayudó a hacerlo. Una vez lo hizo, miró a Yuudai.

—Hijo. Recuerda que tu mayor responsabilidad y la mayor tarea que te dejaré, es cuidar de tu madre y tu futuro hermano en mi ausencia. Es verdad que podría salvarme, pero nada lo asegura y lo mejor es aceptar la realidad. ¿Quieres conseguir dinero y ayudarme a mí y a lo que se viene?, adelante, jamás te impediré hacerlo; pero recuerda la pobreza de nuestra familia y lo poco que podemos hacer para sustentarnos.

La tos comenzó a llegar a su boca y se cubrió con su brazo. Su esposa tomó un vaso de agua con el ceño temblando. Le dolía el estado del hombre al que amaba.

Yuudai lo estaba mirando con preocupación, aún de rodillas frente a su cama.

—Estoy bien —dijo a su esposa, después de tomar agua—. Yuudai. Dentro de algún tiempo, y espero que sea en mucho tiempo; tú serás el hombre de este hogar y de quien tu madre pasará a depender. Mientras yo siga vivo, también buscaré la forma de pagar tu universidad y cualquier trabajo estable que quieras tener.

Yuudai agachó la mirada y mordió su labio inferior mientras sus ojos se cristalizaban. En silencio y con suaves jadeos, las gotas de lágrimas chocaron contra el suelo de madera.

Entonces su padre habló:

—Todo hombre merece llorar cuando siente dolor y tristeza; pero no te quedes en el suelo y de rodillas esperando que algo ocurra. Esfuérzate en lo que tienes que hacer, encuentra un motivo para vivir y pelea por eso. Hasta que yo no muera, siempre tendrás nuestro apoyo, hijo.

Su madre caminó hasta Yuudai, se puso de cuclillas y acarició su cabello con una sonrisa bondadosa.

—Ya, ya. Todo saldrá bien. Buscaremos una forma de superar nuestra escasez de dinero.

Sin decir nada, solo se limitó a asentir una vez.

«Prometo que los sustentaré. Tan solo… sean pacientes».

◇◆◇

«Tengo que regresar a casa. Yo no pertenezco a este lugar».

Con su boca oculta entre sus brazos, Yuudai miraba el techo con sus ojos cristalizados. Apretó sus dientes y jadeó una vez, con Ird mirándolo con preocupación.

«No puedo estar aquí… tengo que volver con mis padres. Maldita sea. ¡Detesto esto! ¿Por qué a mí? ¿Por qué de todas las personas del mundo yo tuve que venir aquí? Tengo que terminar la universidad, buscar un trabajo estable y ayudar a mi familia».

—¿No lo entiendes verdad? —preguntó Yuudai con su tono tembloroso.

—¿Uh? ¿A qué se refiere? —Devolvió la pregunta al tomarlo por sorpresa.

—Devuélvanme a mi vida. ¡Los problemas que tengan aquí no tienen nada que ver conmigo!, ¡tengo mis propios problemas!

Ird agachó su mirada y respondió:

—Lo siento, pero ya he dicho que no conocemos una forma de regresarlo a su mundo. La única solución que tenemos para romper vínculos con ustedes, es con la muerte. Aún así, se le promete darle una buena vida a cambio. Vivirá de la mejor forma, con los mejores lujos… En verdad, no tendrá que preocuparse por nada en esta vida. Lo di-

—¡¡Cállate!!

Al ser interrumpido, Ird guardó silencio. Sabía que lo mejor era darle su espacio y esperar algunos días.

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