Memorias de un mercenario - Acto 1: Noche tormentosa
«Peste, hambruna, muerte, racismo, injusticia, guerra, son sólo algunos adjetivos para describir como un mundo tan pacífico e intrigante se fue a la mierda hace tiempo. Las disputas entre humanos y no humanos han traído caos al mundo, un desbalance en la naturaleza que trajo consigo los peores desastres naturales en la última centuria; animales sacrificados, campos corrompidos, aldeas quemadas desde sus cimientos, gente inocente asesinada por nuestros pecados».
«Los habitantes del mundo jamás entendieron el concepto de «paz». Los sentimientos negativos ya habitaban en sus corazones, la más mínima provocación era una excusa perfecta para iniciar un conflicto bélico a gran escala. Nos creíamos dioses, dueños de las tierras de Palgarion, confiábamos en nuestra fuerza, y eso nos impedía ver el daño que ocasionábamos. Creíamos que podíamos hacer lo que quisiéramos sin recibir un castigo, pero nos equivocamos…».
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Año 1310
Ciudad de Rurik, Imperio Garion.
Venía al rayar el alba. Los cielos grises y las nubes de tormenta abarrotaban el limitado firmamento, los relámpagos bailaban al son de la tempestad y los truenos retumbaban en los oídos de la muchedumbre. En días como estos, los caminos llenos de fango eran un quebradero de cabeza para los mercaderes y viajeros que entraban a la ciudad, los atascamientos o accidentes por los baches y pequeños socavones eran una realidad común en días lluviosos.
Para mala suerte de muchos, este clima realmente era atípico para la zona donde se encontraba la ciudad de Rurik donde normalmente el clima era cálido y soleado, con ligeras temperaturas durante las noches. Rodeada de grandes y toscos muros, esta ciudad era la quinta mas importante en todo el reino debido a su ubicación donde mercaderes de importantes empresas entraban y salían; así como también por sus actividades principales como el comercio y la ganadería.
Tres carromatos entraron a la ciudad tras el pago del peaje. No parecian ser de mercaderes, pues se encontraban en mal estado y parecian casi colapsar. La gente comenzo a salir de ellos, gente pobre que huia de las atrocidades de la guerra, hambrientos, cansados y heridos. De entre ellos, un joven mercenario enmascarado y con el capote sobre si abandonó la escena, dirigiendose a la poasada mas cercana.
La ciudad estaba mas agitada de lo usual.
El ambiente cambió drásticamente; los llantos y gemidos de dolor inundaban la entrada y sus alrededores. Múltiples carpas y jaimas cubrían las cabezas de cientos de soldados heridos, algunos presumiblemente muertos. Los cuervos graznaban al unísono de los de la agonía de los moribundos; las carretas llevaban pilas de cadáveres mosqueados hacia las fosas comunes.
El encapotado abandonó la escena, continuó su camino hacia una posada en las cercanías. Entró al lugar discreto, deslizándose como un espectro por la recepción.
Un hombre apenas lo vislumbró, de barba tupida pelirroja y un ceño fruncido, se quejó amargamente en silencio. Cerró su libro bruscamente y lo guardó en un cajón.
–¡Bienvenido a la posada de las 7 estrellas! ¿Qué le trae por aquí? –Exclamó enérgico, con un rostro brillante.
El misterioso hombre se apoyó sobre el mostrador, se quitó el capote despacio, dejando ver su espada en un cinturón al dorso. El recepcionista se echó para atrás al instante.
–¡T-tu eres…!
–Ahora puedes dejar esa sonrisa de lado, no necesitas ser falso conmigo –le instó seriamente. Su voz era gélida y monótona.
Era un joven de no más de 18 años. Su piel era tan blanca como la nieve, sin imperfecciones, cubierta por el sudor y la suciedad acumulada de largos viajes; sus ojos heterocrómicos eran grandes y agudos, penetrantes como una daga, azul como el zafiro y gris como la plata. Su cabello plateado sucio y maltratado brillaba con la tenue luz del candil.
El recepcionista rápidamente reconoció el color plata de su cabello, aquél que es sinónimo de malos augurios y no es común en los humanos.
–¡Eres un jodido elfo! ¡¿Como es que los de tu calaña están aquí?! ¡¿Acaso planeas asesinarme a mí y a mi familia, como lo hicieron con mis ancestros?!
El joven calló por un breve momento, miró al suelo cabizbajo.
–No soy lo que tú crees –respondió–. y tampoco soy como ellos. Sólo mi madre pertenece a la raza de los elfos.
–¡Puras mierdecillas y mentiras habla tu gente! ¡Largo de mi propiedad o llamaré a la guardia!
–Yo no haría eso si fuera tú.
–¡Sólo obsérvame! ¡Guar-
Al instante, una daga fue arrojada hacia la pared, había rozado su garganta por milímetros. El posadero acalló y su rostro se tornó pálido, tragaba saliva mientras el miedo se apoderaba de él.
–Sólo quiero un lugar donde recostar mi cabeza –insistió el joven–. Después de eso, no volverás a verme.
–E-e-eres un asesino, me vas a matar… –tartamudeó el hombre.
–Si lo quisiera ya estarías muerto –escupió sin rodeos–. Y respecto a la guardia, dudo que tenga el suficiente tiempo para dar atención a asuntos externos que no tengan que ver con la guerra. En cualquier caso, estoy preparado para luchar.
El recepcionista tragó saliva, miró al joven con desprecio. No obstante, considerando la situación que actualmente se vivía en la ciudad, cedió a regañadientes. Agobiado por la tensión, suspiró exhausto.
–¡Oh, maldición! ¡Tu ganas! ¡Si tuviera la oportunidad no dudaría en darte de comer a los orcos!
–Que amable –respondió sarcástico–. Véndeme una cerveza.
–… Sígueme, la taberna está de este lado.
Caminaron al siguiente cuarto, una taberna descuidada con múltiples mesas de madera a medio podrir, llenas de cuencos y jarras vacías. El lugar estaba polvoriento, sucio como el cuchitril de un ogro, apestaba a alcohol y humedad.
–Mantienes muy limpio el lugar.
–Llévate tus comentarios sarcásticos a otro sitio –refunfuñó.
El posadero se limpió las manos en su delantal, cogió una jarra de madera y la llenó de un barril cercano.
El medio elfo le dio un sorbo a la cerveza, “esto sabe horrible” murmuró. El pesado ambiente los rodeaba, aún los lloriqueos de los soldados podían escucharse a través de las ventanas. Rápidamente la campana de la iglesia anunció la hora del sermón.
–Parece que les está yendo mal en la guerra.
–¿Te parece? –gargajeó el posadero. Limpió su mocosa nariz con un trapo viejo–. Esos malditos oficiales del imperio sólo les interesa acabar con la guerra. No les importamos en lo más mínimo.
–¿Cuánto tiempo llevan así?
–Alrededor de 15 años, ¿acaso no eres de por aquí? –preguntó irritado.
–Soy de Hervengard –contestó secamente.
–Un norteño, ¿eh? El ambiente ha de ser totalmente distinto, supongo.
–No estas del todo equivocado.
El hombre examino discretamente al joven mientras limpiaba una de las jarras. Lo único interesante de el eran sus rasgos tan finos y bellos, característicos de los elfos, opacados por una larga mirada amargada. Sin embargo, había un ligero detalle que había dejado pasar desapercibido, pues el semi elfo no contaba con las características orejas largas que caracterizan a cualquiera que porta la sangre élfica era el orgullo de aquella raza. Sus orejas estaban llenas de cicatrices, como si hubieran sido sometidas a múltiples laceraciones y cortes para que parecieran las de un humano común. Probablemente, algo había sucedido en el pasado que lo llevo a su actual presente.
El hombre prefirió ignorarlo, era preferible no tocar temas personales, puesto que tenía experiencias con clientes que reaccionaron muy mal ante tales preguntas a sus respectivos pasados,
– ¿Y bien? ¿Qué te trae a la ciudad de Rurik? Tengo cierta curiosidad para que decidieras venir a un lugar que actualmente está en la mierda.
–Sin pelos en la lengua, ¿no?
–Tsk, ¿Vas a responder o no? –Frunció el ceño disgustado.
–… Quiero conseguir información en el gremio.
–¿El gremio de aventureros? ¿Esa bola de bandidos y ladrones? Deberías pensarlo bien. Fingen ser buena gente, te prometen “ayuda” cuando haces una solicitud, pero antes te piden una cantidad absurda de leones imperiales. Y entonces cuando el tiempo pasa…
–Nunca llega la ayuda, supongo.
–¡Así es, una vil estafa! ¡Por mi todos pueden irse a la mierda! –vociferó furioso sirviéndose un jarro de cerveza.
–Mucho odio hacia algo no es bueno.
–Ha, ¿si? No me digas. –sorbió la cerveza de un trago–. Métete en tus asuntos, niño. Tengo mis razones.
El medio elfo suspiró exhausto. Se rascó la cabeza mientras su mente divagaba entre sus pensamientos. La voz insistente del posadero lo sacó del trance.
–¡Hey! ¡¿Me estás escuchando?!
–¿Hmmm? Oh, si… –Sin prestar atención, el joven buscó entre sus bolsillos un pequeño saco de cuero de oveja y lo colocó frente al hombre–. Cóbrate la cerveza y dos noches por la habitación. Necesito descansar.
–Hmm, sígueme…
Hasta el segundo piso sobre el pasillo cubierto por polvo y olores no deseados, la luz tenue de una veladora iluminaba la puerta donde se hospedaría.
–La taberna y el horno se encuentran cerrados a causa de falta de alimentos, tendrás que conseguir tu propio pan. Si necesitas algo sabes donde encontrarme.
–… ¿Hay algún lugar donde darse un baño?
–¡Ja! ¡¿Bromeas, cierto?! Por estos lares no es común tocar siquiera el agua. Sólo la nobleza tiene permitido tal privilegio. Aun así, por mi pueden quedarse con su limpieza, a la gente no le interesan esos temas –manifestó despreocupado.
–Mierda. Donde quiera que voy huele a orines y excrementos de animales, sin olvidarme de los olores corporales que sus “lociones” no logran disfrazar –expresó con desagrado.
–¡Tráiganle una falda a la niña! –gritó sin poder contener una risilla–. ¿Qué acaso te crees de la realeza sólo por ser medio elfo? Ahora aprenderás lo que es vivir como un verdadero humano. Tal vez la iglesia haga parecer la vida como un regalo preciado de los dioses, ¡pero para nosotros sólo es un infierno interminable de sufrimiento, hambre, frío e injusticias! Es nuestro pan de cada día –sentenció.
El joven lo miró sin pizca de sentimiento alguno, en lugar de ello desvío la mirada hacia la ventana al otro extremo del pasillo. Ignoró la
presencia del posadero y entró a la habitación sin palabra alguna, silencioso como una sombra.
El hombre se largó, intranquilo e inquieto por el nuevo huésped, intrigante y misterioso como la mayoría que pasaban por la ciudad; sin embargo, había algo en él que simplemente lo incomodaba, ¿sería acaso el saber que era un medio elfo? O ¿sólo la inseguridad que le traía tener a alguien no deseado habitando el lugar?
–Que Altaria se apiade de nosotros –murmuró inseguro.